Lorena Escolar habla de su labor como ayudante del director de la orquesta de Valencia.
Una labor poco conocida, pero muy importante: la de un asistente de director de orquesta; una labor que está siempre en el resultado de la versión y nadie percibe, ni tiene en cuenta y que son los oídos de una batuta desde la sala de audiciones, el criterio y la precisión de un cerebro paralelo, conocedor de los recursos del tiempo, el sonido, la afinación y la expresión. Ello nos lleva a dialogar con la maestra Lorena Escolar, asistente de la orquesta de Valencia y en particular de su titular el maestro Ramón Tebar, que aún no tiene (ni de lejos) tres décadas de vida y ha concluido sus estudios superiores de violín y dirección de orquesta con todas las disciplinas paralelas de armonía, composición, contrapunto, reducción de partituras para tener una visión global y mental de la obra y un largo etc.
Lorena Escolar, ilusionada y seducida con su menester, muy motivada por la creación musical con el arco del violín y la batuta, llegó a la orquesta de Valencia después de superar una fatigosa oposición frente a varios aspirantes con la aportación de un currículo, pruebas de dirección con obras tan complejas como la V Sinfonía de Beethoven, la Historia de un soldado de Stravinsky, Don Juan de Strauss y una entrevista con el tribunal calificador.
Especifica su labor principalmente como una atención a cualquier necesidad del director o de la orquesta, sin olvidar que estén las partituras necesarias en su lugar, que figuren los números de ensayo análogos en las del director e instrumentistas, el traducir y acoplar los textos de una obra, cuando los lleva…. en suma, dice: «estar atenta a cualquier detalle para que director y músicos se sientan bien en su cometido. La labor del asistente es como la de una de las pequeñas válvulas que permiten los latidos del corazón. Insignificantes, pero precisas». Además su quehacer está en seguir pormenorizadamente los ensayos partitura en mano, anotando los pormenores de la interpretación de cada día, señalando con pósits de colores las particularidades que advierte en cada momento, para luego comentarlas con el director. Analiza las tendencias, indicaciones e intenciones de la batuta detallando la evolución diaria de la orquesta, evaluando si se establece el balance de la articulación sonora. Juzga importante el dar la opinión desde fuera del escenario valorando el sonido globalizado, las intervenciones solistas, la métrica, la afinación, los cambios de dinámica, el planteamiento de la obra y sus respuestas en cada fragmento.
Las dificultades con las que se encuentra en su labor, dependen mucho del director al que deba asistir y sobre todo el tener que debatir con músicos profesionales, que suelen ser de gran nivel y con marcada experiencia y atesoran una visión muy propia de cada partitura. Evidentemente reconoce que «ser una directora joven no ayuda demasiado, habida cuenta la preparación del maestro y los instrumentistas con tantos conocimientos y experiencias, aunque también es gratificante poder absorber muchas de esas destrezas y conocimientos que son un gran bagaje para mi formación».
Para Lorena «el ponerse al frente de la orquesta en un concierto propio que, de entrada hay que programar, o dirigir ensayos sustituyendo al titular, supone una gran responsabilidad y un maravilloso riesgo. El poder llegar a hacer magia sonora con la orquesta, el compartir tus idearios con ella y con el público, es una fascinación que suple, con creces, todos los cachés. Al concluir una frase o un movimiento, cuando sale a tu gusto te lleva a decir wuauuuu. Es un placer indescriptible».
La joven directora asistente señala como particularmente enriquecedor el diálogo involucrado con los diversos maestros a quienes ha asistido y el percibir sus técnicas y también la relación con los músicos. Su cometido lo estima especialmente provechoso, y aunque es consciente de que ha habido directores que han sido muy grandes sin pasar por el noviciado de la asistencia, juzga que hay cosas que no se aprenden si no se ha estado de meritoria con una orquesta y cita como ejemplos entre otros muchos más, los aspectos logísticos, el trato con los instrumentistas, el funcionamiento interno, las actitudes en los ensayos, el aprender con grandes solistas o la evolución del día a día trabajando con la partitura delante, viendo cómo van tomando cuerpo las ideas que originariamente no son más que conceptos fantasiosos.
Su director de referencia es Carlos Keiber, por la plasticidad de su gesto que embelesa, por la energía y al tiempo la emoción espiritual y trascendental que transmite, o lo que es lo mismo la extroversión en su máximo esplendor y la introversión de sus imaginativas y minuciosas lecturas. También se declara «fan» de Paavo Jarvi por su brillantez, grandeza e ímpetu, aunque no ha tenido la oportunidad de poderlos escuchar en vivo.
Entre sus maestros, no duda en referir como capital en su formación la influencia de Ramón Tebar. «Es lo mejor que me ha pasado. No puedo olvidar, ni olvidaré el tiempo de aprendizaje a su lado y contando con la cooperación de los músicos de la orquesta de Valencia. Estoy muy agradecida a sus enseñanzas, a su amabilidad, a su generosidad, y sobre todo a dejarme participar de su talento y su inspiración».
De Tebar le emociona su profesionalidad, su carisma, su energía, la creatividad de sus propuestas, su sabiduría, su capacidad de dar vida y alma a las partituras a través del sonido, la enorme influencia que ejerce ante los músicos, algo que no todos los directores logran, su vehemencia y sensibilidad a un tiempo, sus maravillosas ideas…. Su incansable dedicación entusiasta. También se acuerda de su bondad, de su simpatía, de su humanidad generosa, de su preocupación por todos y cada uno de los componentes de la orquesta, del enorme amor que pone hasta en la menor frase de cuatro o cinco compases. «Es para mí un referente en todos los sentidos. Su brillante carrera no ha hecho más que empezar. Sé muy bien que llegará a, lo más alto. Valencia y España pueden estar muy orgullosas de él y aún lo estarán más. No es difícil profetizarlo», significa emocionada y orgullosa del aprendizaje a su vera.
Tampoco se quiere olvidar de Miguel Romea que le enseñó análisis y a convertir en sonido la trascendencia de un gesto: «con las manos se puede decir todo», ratifica usando una mención de su maestro.
No tiene una obra especial de su elección que signifique como predilecta para dirigir. «Hay tantas que con una vida no sería suficiente, para llevarlas al atril», apunta, pero ante la insistencia del entrevistador opta por la novena sinfonía de Beethoven, que califica como un canto a la fraternidad humana, como una maravillosa declaración de intenciones de universalidad participativa de concordia y amor.
Antonio Gascó