Décadas de penuria padeció la raza negra en tierras americanas. Años de esclavitud, sufrimiento y desdicha que naturalmente quedaron reflejados en el característico sentimiento de la ‘‘música negra’’. No obstante, y por lo que pueda parecer, no hablo del surgimiento del blues, ni del jazz.
A medida que transcurre el tiempo, y la música ha evoluciona, tanto en contenido como en forma, se consolida el estándar de la ‘‘voz negra’’, una voz palpitante, profunda y sincera. Históricamente, el mundo de la ópera ha cuidado de manera escrupulosa las voces que encarnan los diversos personajes. Ya fue un proceso lento la incorporación de la voz femenina al canto operístico en detrimento de los usuales castratos. Por ello, la primera razón que ofrezco para enaltecer la voz negra en el canto operístico es que han sido cantantes que han tenido que romper moldes. Han sido cantantes que han desmoronado perspectivas, y que han teñido de oscuro de manera inimaginable personajes como Carmen, Desdémona, Éboli o Tatiana.
Leontyne Price
Pero más allá del patrón que desencajaron las voces negras en la ópera encontramos, generalmente, unos sentimientos que rara vez se han palpado en otras voces. La primera gran cantante lírica de raza negra, la contralto Marian Anderson, despertó una fascinación sin precedentes en el mundo de la ópera. Todos sus vestigios sonoros, no excesivamente abundantes, son suficientes para dilucidar como su voz goza de una trasparencia y una personalidad que disfrutarán un gran número de voces futuras. Sobre ella, Federico García Lorca juró haber ‘‘quedado embelesado por su arte’’. En efecto, la voz de Marian Anderson abrió las puertas a la inserción de la raza negra en los escenarios. Por primera vez, el hombre blanco se torna ante los pies de una cantante de origen afroamericano.
Aída fue, sin duda, una ópera que sirvió de puerta de acceso a todo este elenco de voces. Aparentemente, el argumento se presta a ello. ¿Quién podría encarnar de mejor manera el papel de una esclava etíope que una cantante de raza negra? Y un papel tan sofisticado, virtuoso, digno y potente como el que Verdi compuso para Aída no pasa desapercibido. Así, se produce el gran salto. El público aclama estas voces, que lentamente comienzan a dominar el cartel operístico.
Grace Bumbry
No obstante, hay algo especial en sus voces. La sensibilidad afroamericana, el tacto, lo exótico y lo atípico generan una catarsis en su voz capaz de conmover el alma de cualquier oyente. Quizás, acontecemos a la deseada síntesis entre el sentimiento del hombre terrenal, el hombre del blues, el hombre de las calles y del delito, y el hombre imaginado, idílico y bucólico de las óperas clásicas. Grace Bumbry es, sin duda, un magnífico ejemplo. Sólo necesito apuntar su mítico papel como Carmen en la producción dirigida por Karajan en 1967 para que mi afirmación sea innegable. Grace Bumbry goza de una frescura y una potencia en la voz que sólo puede darse en una persona que haya vivido bajo el ímpetu y la potencia del canto del góspel.
Así, voces de la talla de Shirley Verrett, Leontyne Price, Simon Estes, George Shirley, Barbara Hendricks o Jessye Norman, entre muchas otras, cuentan con un mínimo común denominador, que es, sin duda, la profundidad y el fácil encuentro con los sentimientos a los que alcanza el oyente con facilidad. Son el sentimiento de un pasado de represión, a la vez que la victoria sobre los escenarios. Son luz y sombra. Son lo pérfido y lo angelical. Son ópera y saxofón.